Archivo | febrero, 2014

Desorden

1 Feb

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Soy una persona estéticamente ordenada. Me gusta que todo aparente estar en su lugar, que haya un equilibrio de colores, volúmenes y formas. Sin embargo, basta con rascar un poco para desmontar la farsa. Acumulo cajas de forma compulsiva. Cajas bonitas que dentro padecen el síndrome de Diógenes e intentan disimular el desorden en el que de vez en cuando me revuelco con fruición.

Da un placer vertiginoso asomarse al abismo del desorden; abstraerse y sumergirse en las aguas fangosas de un manglar en las que se va tropezando con historias y objetos que en apariencia no guardan relación alguna. A veces uno se pierde ahí dentro, pasan las horas y se termina con la sensación de que a lo largo de todo ese lapso no se ha hecho otra cosa que desperdiciar el tiempo rebuscando. Pero hay otras en las  que, de repente, sin entender todavía por qué, se experimenta un placer casi orgásmico; un momento en el que se comprende lo que todo ese cúmulo de detritos y gajos deslavazados quiere contar. Es entonces cuando uno cree que, por mucho que se haya dicho o contado, quizás todavía queden historias que anhelan ser ordenadas en una secuencia lógica y hermosa; aquélla que no tiene necesariamente que coincidir con lo que en realidad les ocurrió, pero sí con lo que todas esas cosas juntas hubieran querido que ocurriera. Es la ficción del orden, del orden en el desorden.